
El problema que no se lleva los reflectores
Pasan los días entre balas y acusaciones políticas estériles. Las noticias no paran de hacer un recuento de los asesinatos diarios, mostrando las características de una guerra que nadie quiere aceptar. Las largas jornadas de trabajo y la cotidianidad dan poco tiempo de reflexionar sobre el futuro, porque el presente ya es incierto. Hay poco tiempo para pensar en uno, como para pensar en la familia o peor aún, en el país. El individualismo reina y vivir en sociedad ha dejado de ser algo importante. Para los únicos momentos en los que parece un país unido es cuando juega la selecta, aunque ya no se le gane ni a Haití.
Todo parece tan desolado, que no hay tiempo para preocuparse sobre el hecho que hay casi 60,000 niños, niñas y adolescentes menos en las escuelas de los que había el año pasado. Las razones son múltiples. Hay quienes dicen que es porque las estadísticas están desfasadas. Pero realmente esta cifra lo que hace es revelar la dramática situación que atraviesa la niñez en El Salvador.
Por un lado, la necesidad de migrar hacia el Norte en búsqueda de un futuro mejor, aun cuando ese sueño se pueda perder en el camino. Vivir en el flagelo de la pobreza (la mitad de la niñez vive en esta situación) y la necesidad de buscar ingresos para subsistir obligan a más de 225,00 niños y adolescentes a trabajar. Y la delincuencia está obligando a muchos a moverse de su residencia o simplemente dejar de asistir a la escuela, para que no les vaya a pasar nada. Pero también están los cientos que han sido asesinados.
Pero este tema no acapara las discusiones de los set de televisión, los titulares de los periódicos o parte de los tan elocuentes discursos de la clase política y empresarial. Se está concentrado más en las consecuencias, que en la causa de muchos problemas que aquejan al país.
Tampoco en el proyecto del presupuesto se ve una respuesta; porque al final de cuentas las prioridades de un gobierno no se miden por el número de veces que hablan sobre el problema, sino por la cantidad de recursos que, con base en la planificación, asignan para su solución. Y para el 2016, el Ramo de Educación tendrá una disminución de 0.07% del PIB. Por lo que aun cuando el Ministro de Educación tenga toda la intención de transformar el sistema educativo y dotarlo de la calidad que le urge, se enfrenta contra la pared de que no hay recursos. Pues hay prioridades más importantes como el combate a la inseguridad; a pesar de que la educación puede ser la clave para acabar con ese flagelo. Paradójico ¿no?
Esto no es un problema de gobierno, es un problema de Estado, nos corresponde a todas y todos hacer algo. Y una forma de hacerlo, es logrando un acuerdo para plantear la educación como la verdadera prioridad del país; lo que implicará también lograr un consenso sobre cómo va a ser financiada. Porque está claro que con el actual estado de la política fiscal poco se puede hacer y el proyecto de presupuesto lo refleja muy bien: la recaudación de impuestos cae y el pago de la deuda incrementa.
El artículo 14 de la Ley de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia estipula que «el Estado debe garantizar de forma prioritaria todos los derechos de la niñez y de la adolescencia mediante su preferente consideración en las políticas públicas, la asignación de recursos, el acceso a los servicios públicos, la prestación de auxilio y atención en situaciones de vulnerabilidad y en cualquier otro tipo de atención que requieran».
Un buen paso para cambiar tan sofocante cotidianidad y empezar a vivir en sociedad, es invertir en la formación de la inteligencia, la personalidad, el comportamiento social y el desarrollo físico de los niños y las niñas, pues esto sí asegura la base humana indispensable para tener un mejor futuro.
Esta columna de opinión se publicó originalmente el 16 de octubre de 2015 en Diario El Mundo de El Salvador.