

En el 2020, nos visitaron los fantasmas de las 200 navidades pasadas
El final de un año calendario, así como de un año fiscal, es el cierre de un ciclo que da paso a uno nuevo, y ese nuevo comienzo, aunque sea sobretodo imaginario, es una oportunidad para hacernos preguntas, reflexionar, organizar prioridades y experimentar con nuevas maneras de pensar y participar.
Tras una pandemia, una crisis económica, varios huracanes y todo tipo de emergencia, este ha sido un año de grandes lecciones, que nos golpeó a nivel social, económico y político, pero posiblemente también en lo emocional a nivel personal; que, sin darnos opción, nos obligó a abrir los ojos a la vulnerabilidad propia y ajena, así como a lo fugaz de la vida, al despedirnos de conocidos, amigos o familia más pronto de lo deseado. Y aunque sabemos que no es gran cosa, y que da un poco igual que se acabe otro año, porque los desafíos que trajo el 2020 no tienen fecha de vencimiento y no desaparecerán el 31 de diciembre; el final de un año calendario, así como de un año fiscal, es el cierre de un ciclo que da paso a uno nuevo, y ese nuevo comienzo, aunque sea sobretodo imaginario, es una oportunidad para hacernos preguntas, reflexionar, organizar prioridades y experimentar con nuevas maneras de pensar y participar.
A vísperas de los 200 años de la independencia y “libertad” de los países centroamericanos, se mantiene la herencia de la exclusión y la precariedad de las condiciones de vida de los habitantes: La población está altamente empobrecida. Y quienes no son pobres, son altamente vulnerables. Es imposible pensar en las siguientes seis lecciones del 2020, y no darnos cuenta como estas no son para nada nuevas, sino que este año nos trajo a fantasmas de las últimas 200 navidades; y son un recordatorio más de profundos problemas que seguimos sin solventar.
La despiadada desigualdad social: La latente y creciente desigualdad es un lastre de carácter estructural en nuestras sociedades y no se debe tolerar. Acarrea una amplia gama de efectos secundarios tóxicos adicionales, muchos de los cuales la pandemia de COVID-19 ha evidenciado, al punto que ya no puede ignorarse. Por ejemplo, sobre cómo la desigualdad ha alimentado las muertes por la COVID-19 gracias a la exclusión de servicios de salud. Conclusión que no es exclusiva de la pandemia, ya que en cualquier contexto, la exclusión de servicios básicos así como de oportunidades de desarrollo y de movilidad social, condena a condiciones precarias de vida a una amplia proporción de la población.
Este problema estructural no obedece a fronteras, y pese a divergencias entre los países, son compartidos. Y por si los argumentos que apelan a la empatía y a la humanidad no fuesen suficiente, la desigualdad también condiciona el crecimiento económico actual y potencial de un país, al caracterizar también su productividad. Además, según el Nobel de Economía, Jeffree Sachs, la desigualdad socava la cohesión social, erosiona la confianza pública y profundiza la polarización política, afectando negativamente la gobernabilidad, y a su vez, la capacidad y disposición de los gobiernos para responder a las crisis.
La ausente protección social: Ante dicha precariedad y la incertidumbre generada en contextos como el actual, cada vez hay mayor consenso sobre las bondades de los esquemas de protección social y sus aportes a la igualdad e inclusión; por ejemplo, para proteger a las personas de quedar atrapadas en la pobreza, empoderarlas para aprovechar oportunidades. Sin embargo, la mayoría de países centroamericanos tienen sistemas de protección social débiles, y son más bien las remesas que sirven y han servido históricamente como una fuente informal de protección social.
El error de basarse en un modelo fallido de expulsión y exclusión: Existe una creciente dependencia en las remesas, tanto a nivel macroeconómico por la balanza de pagos y el ingreso de divisas, como a nivel microeconómico para el bienestar de los hogares. Los países se basan en un modelo económico y social injusto y exclusivo, que condena a la miseria a su población, obligándolos a buscar mejores oportunidades en el exterior; paradójicamente, produciendo con su fracaso, uno de los mayores pilares que sostienen las economías centroamericanas: la exportación de personas y las redes de apoyo solidario que mantienen estas personas migrantes con sus familias. A pesar de ello, las autoridades suelen dar los anuncios sobre el crecimiento de las remesas con orgullo, como si el éxodo de personas sobre todo de El Salvador, Honduras y Guatemala, fuera gracias al efecto positivo de las políticas públicas del gobierno, y no justamente lo contrario. Este no puede ser nuestro motor ni a lo que aspiramos.
El importante rol del Estado: Sobretodo con la pandemia, se ha evidenciado que es fundamental el papel que juega el Estado en la búsqueda del bienestar social; así también, su rol será crucial para que en el centro de las políticas de provisión de las vacunas contra la COVID-19 estén las personas, no para el lucro. Aunque es más fácil ver ahora como los Estados tienen el deber de que los intereses privados y hasta internacionales no triunfen sobre el principio de justicia sanitaria para garantizar la vida de la población, este mismo principio es aplicable a todos los derechos humanos fuera del contexto de la pandemia también.
La debilidad y desconexión del Estado es innegable, luego de un año que demandó una y otra vez de la acción gubernamental ante cada emergencia que azotaba al territorio. Tampoco puede obviarse la importancia de mejorar la efectividad y eficiencia de las políticas públicas. Todo esto es importante no solo para proteger a la población, sino para subir la moral tributaria y poder fortalecer legítimamente al Estado. El precio de la inacción se agrava con el tiempo en forma no solo de una mayor desigualdad, sino también de una creciente frustración y malestar social.
Fragilidad de las democracias: Aunque el economista guatemalteco Enrique Godoy lo dijo refiriéndose a Guatemala, en realidad en la mayoría de Centroamérica se «opera con el hardware de la democracia, el software del autoritarismo y el virus de la pistocracia»; refiriéndose a la amenaza del despotismo pero también a la corrupción y la búsqueda del lucro como un elemento central. En distintos niveles, hemos visto este año como se siguen desafiando a la mayoría de democracias con actitudes y acciones autoritarias que atentan muchas veces contra el Estado de Derecho y hasta de las libertades individuales, sociales y políticas que deberían estar garantizar; alimentadas de demagogia, nacionalismos baratos y ambición, y acuerpados con las fuerzas armadas. Es importante lucharlo en las urnas, ahora que están en la puerta de El Salvador y Honduras, pero también en defenderlas en todos los países en todo momento.
Impostergable priorizar el cuidado del medio ambiente: la pandemia y los desastres naturales que vivimos, nos enseñan lo urgente e inaplazable de encaminarnos hacia políticas públicas que permitan democratizar el acceso a recursos naturales vitales, a la vez que se garantice un mayor equilibrio dentro de límites de la naturaleza y que gestionen riesgos. No podemos seguir jugando con la naturaleza como si fuera un banco ilimitado de recursos: explotando, extrayendo, ergo reduciendo la diversidad y la resiliencia de los ecosistemas de los que nosotros también dependemos, por lo que cuidar al medio ambiente es también cuidarnos a nosotros mismos.
El 2020 fue duro para todos, y para unos fue peor. Las experiencias y hasta las pérdidas que tuvimos, deberían de servirnos para reflexionar sobre lo que viene y dar forma, de manera colectiva, a un futuro más justo para todas y todos. Si bien la vacunación masiva, que en estos trópicos esperamos hasta a finales de 2021 y 2022, apunta al fin de la pandemia de COVID-19, no brinda inmunidad contra los duraderos daños económicos y sociales de largo plazo, además de los desafíos del futuro y de la persiste vulnerabilidad del istmo al cambio climático. No existen respuestas y soluciones definitivas. Pero sí es importante que estas atiendan a lo que el 2020 nos enseñó que es verdaderamente relevante y que nos involucremos, para que no nos sigan espantando los mismos fantasmas de siempre.
Michelle Molina // Economista investigadora / @michelle_mm
Esta columna fue publicada originalmente en Gato Encerrado, disponible aquí.