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La desdolarización sí puede suceder

La dolarización está en peligro, fueron las palabras que dijo el Secretario Técnico de la Presidencia en una entrevista y las aguas del río, ya turbias, se estremecieron. Aunque se le puede reprochar que utilizara ese argumento en las vísperas de presentar la propuesta de reforma de pensiones, no por ello deja de ser un escenario que se debe analizar.

Desde hace varios años en el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi), hemos  planteado que si no se logra hacer una reforma fiscal integral —que atienda no solo la solvencia del sistema previsional, sino los desafíos del bienestar social y la búsqueda del crecimiento económico sostenible de mediano y largo plazo— una de las consecuencias puede ser una desdolarización obligada.  

Pero, ¿por qué esa conclusión? Porque los niveles de crecimiento económico son paupérrimos; los ingresos son insuficientes para cubrir los gastos, lo que provocan altos déficits fiscales; y, los niveles de deuda son insostenibles. La triada perfecta que puede hacer que un día el Gobierno no cuente con los recursos suficientes para pagar salarios, comprar bienes o sufragar el servicio de la deuda, lo que podría inducir a que el Gobierno se vea obligado a emitir una moneda propia y revertir la dolarización en un santiamén.

Nunca se ha dado un caso de desdolarización, quizá también sea porque solo unos cuantos países decidieron dolarizar. Lo cierto es que existe evidencia técnica que demuestra que contamos con un modelo económico obsoleto, y la dolarización es parte de ello. Por lo que antes de que nos pueda llegar de golpe, lo ideal es que se tenga una discusión técnica y desideologizada que permita advertir las oportunidades, riesgos, costos y beneficios de una medida de tal envergadura.

Podemos cerrar los ojos ante esta realidad y evitar cualquier debate, pero la amenaza de la desdolarización seguirá ahí. Hoy más que nunca queda claro, que el proceso de dolarización y la forma en que se privatizó el sistema de pensiones fueron torpezas políticas, respaldadas nada más por la ambición de pequeños grupos que se beneficiaron de estas medidas, probablemente a sabiendas de que los costos al final los tendría que pagar toda la población.

En todo caso, ante el contexto actual, una reforma fiscal integral es impostergable, pues como dijera hace varios años Carlos Acevedo expresidente del Banco Central de Reserva «el barco se está hundiendo, pero todavía sigue la música, la gente todavía está tomando su champán y su caviar. Quizás no nos hemos percatado de que la catástrofe ya está encima».

El Gobierno del presidente Sanchez Cerén, no ha dado luces de intentar un acuerdo fiscal integral y todos los esfuerzos se enfocarán en una reforma previsional. Aunque aún se desconoce la propuesta, lo cierto es que debería ser consultada con diversos sectores antes de ser aprobada; pues no solo está en juego que el gobierno logre un pequeño respiro fiscal, si no en el fondo del debate debería estar el sistema de protección social que el país requiere.

Y aún cuando se diera un escenario ideal donde se alcanzara una reforma previsional que beneficie a la población, los problemas fiscales no habrán terminado, pues estos van más allá del tema de pensiones. La carga tributaria continuará siendo insuficiente, regresiva y plagada de privilegios fiscales. El gasto público continuará estando desalineado de un plan de desarrollo, y el saldo de la deuda pública seguirá siendo insostenible.

Por eso es una verdadera pena que los gobiernos del “cambio”, una retrógrada oposición y una vergonzosa cúpula empresarial no hayan sido capaces de dejar de lado sus ambiciones particulares y,  dar paso a un diálogo democrático y transparente; que permitiera alcanzar con todos los actores de la sociedad un acuerdo, en toda la extensión de la palabra, que permitiera no solo encontrar una solución a los problemas de las finanzas públicas sino además convirtieran a la política fiscal en el instrumento para alcanzar el desarrollo y sobre todo consolidar una democracia amenazada por la polarización.

Esta columna fue publicada el 19 de febrero de 2016 en diario El Mundo de El Salvador