

Pasión por el crecimiento y muerte del desarrollo
Hace unos días, cuando la Semana Santa nos entregó tan esperado descanso para reflexionar sobre la pasión, muerte y resurrección espiritual –pero también en nuestra vida cotidiana– fue presentado en Panamá un estudio sobre la inversión pública en niñez y adolescencia titulado Panamá: inversión pública en niñez y adolescencia. Y es que soñar en el país del mañana debe hacernos, por obligación e instinto, ver qué estamos haciendo hoy por el futuro mismo, es decir, por las niñas y los niños.
La pasión con la que se desenvuelve la actividad económica panameña ha permitido que su PIB presente las mayores tasas de crecimiento en Centroamérica. De hecho, en la última década se han registrado inclusive tasas mayores a los diez puntos porcentuales y a la fecha es el único país de la región que crecerá por encima de los cinco puntos. Sin embargo, algo no está funcionando bien. La política fiscal –como medio que permite alcanzar mayores niveles de igualdad y bienestar– parece no estar traduciendo la bonanza económica en desarrollo. Prueba de ello es que dicho país posee dos de las diez provincias o departamentos más desnutridos de la región, las cuales tienen un marcado rostro rural e indígena.
A su vez, la cobertura y atención al crecimiento que se presta a los niños y niñas menores de cinco años no ha logrado incrementarse luego de 6 años. En materia educativa, las comarcas indígenas muestran un alto grado de exclusión, pues solo una tercera parte de los adolescentes puede asistir a la escuela. Y así, podrían enumerarse algunas otras cosas…
Pensar en crecimiento sin desarrollo me recuerda aquel sabio dicho que año tras año mi abuela – y seguramente todas las abuelas de mundo– recalcaba siempre: luz de la calle, oscuridad de la casa. Evitar el lento y doloroso colapso del bienestar social (por no llamarlo muerte social) y cimentar una sólida base de desarrollo para el mañana, requiere, con carácter de urgencia, una resurrección de la política pública (gestión, voluntad política, planes de desarrollo articulados) y un despertar de nuestra conciencia y participación ciudadana. Al fin y al cabo, construir el futuro es una cuestión colectiva.