Una Centroamérica para todas y todos
Estoy convencida que otra Centroamérica es posible, una sin pobreza, con mayor igualdad y bienestar, con más democracia, con sostenibilidad ambiental, con Estados efectivos que garanticen los derechos de todas las personas con bienes y servicios públicos, gratuitos y universales.
Esta semana se cumple el bicentenario de la independencia de Centroamérica, un suceso que significó el fin de 300 años de colonización bajo el dominio de la Corona Española. Los gobiernos de la región no han dejado pasar este aniversario, decretos legislativos conmemorativos han sido emitidos en sesiones solemnes, actos, discursos y hashtags llenos de falso orgullo patrio han sido socializados, pero en la realidad la región tiene muy poco que celebrar en parte porque la independencia es un proceso histórico inconcluso y en otra, porque el nacimiento de nuestros países, a pesar de la narrativa patriótico, estuvo definido en gran parte por los intereses económicos y políticos de las élites criollas y religiosas.
El bicentenario encuentra una región con muchas deudas con su población, deudas de carácter económicas, ambientales, sociales y políticas. En materia económica, nuestra región se caracteriza por un modelo capitalista anacrónico basado en la exportación de productos primarios, actividad que hace un uso insostenible de los recursos naturales e intensivo de mano de obra no calificada, con bajos salarios; además se hacen presentes altos niveles de informalidad, insuficientes esfuerzos por impulsar la modernización tecnológica, la innovación y la transformación productiva y estrategias de atracción de inversión extranjera poco efectivas.
En el ámbito político, el bicentenario debería ser honrado con democracias sólidas que faciliten la garantía de los derechos de su población, pero por el contrario, nuestras naciones se empeñan en repetir los capítulos más oscuros de sus historias con dictadores que se perpetúan en el poder vilipendiando las Constituciones a su antojo y enriqueciendose a costa de los recursos públicos, con la venia de los poderes privados y militares. Después de 200 años, nuestras instituciones democráticas aún están a merced de tiranos a quienes la rendición de cuentas, la transparencia, la libertad de expresión, la libertad de prensa y la participación ciudadana les hacen estorbo.
Estamos ante desafíos tan grandes y complejos ante los que la salida fácil sería adoptar una postura individualista en el que se salve quien tenga los medios para hacerlo. Pero si algo debemos rescatar de los esfuerzos independentistas son las aspiraciones de paz, libertad y prosperidad, por lo que la mejor forma de conmemorar el bicentenario no es con celebraciones pomposas, que acompañadas de despliegues militares, despilfarren recursos públicos, sino con un acto cívico de reflexión colectiva en el que nos replantemos la ruta a seguir por nuestros países. Estoy convencida que otra Centroamérica es posible, una sin pobreza, con mayor igualdad y bienestar, con más democracia, con sostenibilidad ambiental, con Estados efectivos que garanticen los derechos de todas las personas con bienes y servicios públicos, gratuitos y universales.
Esta transformación requirirá de grandes acuerdos nacionales que demandarán clases políticas respetuosas de los principios democráticos; de élites económicas dispuestas a reconocer el rol del Estado en la sociedad y su responsabilidad de contribuir de manera justa a su financiamiento; pero sobretodo, de una ciudadanía, que no reduzca su orgullo patrio a entonar himnos nacionales en estadios de fútbol, sino una ciudadanía activa, que abandone la apatía y que con valentía se haga presente en la protesta y en la propuesta para construir países más democráticos y más inclusivos. ¡A seguir luchando por construir una Centroamérica para todas y todos!
Lourdes Molina Escalante // Economista sénior / @lb_esc
Esta columna fue publicada originalmente en El Mundo, disponible aquí.