
Cada 9 de diciembre se conmemora el día internacional contra la corrupción. Ese mal que afecta a todos los países del mundo privando de recursos a quienes más los necesitan, socavando la confianza en las instituciones públicas, debilitando la democracia y exacerbando las grandes desigualdades.
Parecería algo sin transcendencia que los presupuestos estén técnicamente bien elaborados. Pues hablar de ingresos sobreestimados o gastos subestimados se podría pensar que solo son tecnicismos relevantes para algunos economistas, aunque sin importancia para la población. Pero no es así, las implicaciones de este tipo de errores pueden traen costos muy grandes para el país. Lo que está pasando con Fomilenio II es un claro ejemplo de ello.
Guatemala es un país con profundas desigualdades e injusticias sociales. En el país vecino 3 de cada 5 personas viven en situación de pobreza, entre la población indígena esta proporción aumenta a 4 de cada 5; la mitad de las niñas, niños y adolescentes están fuera de la escuela; la mitad de las niñas y niñas menores de 5 años padecen de desnutrición crónica, estos niveles de desnutrición son similares a los observados en los países de África Subsahariana.
Al no haber probado el producto original de la política, nos hemos tenido que conformar con su imitación de muy mala calidad: la politiquería. Los ataques viscerales, la vulgaridad o la improvisación son sus características. Los casos de corrupción son parte de sus accesorios y se aceptan sin ni siquiera mostrar desagrado. En un país, como El Salvador, con tantas honduras, para algunos es, incluso, un producto divertido.
En 2018, un grupo de diputados presentó la iniciativa de Ley no.
Y sucedió. Luego de una larga espera, se confirmó que Donald Trump perdió las elecciones. Todavía falta por ver si realmente dejará la presidencia, no al menos sin seguir haciendo daño. Pero más allá de ese resultado, está claro que su manera de hacer política no ha sido derrotada. El odio, el insulto, la mentira, las agresiones a la prensa, el irrespeto a la institucionalidad y el desprecio a la ciencia siguen vigentes.