

Descansar y reflexionar
¡Paren el mundo que me quiero bajar!, diría la pequeña gran Mafalda frente a todo lo que pasa en Centroamérica. La Semana Santa, aunque no es una parada, brinda la posibilidad de descansar y/o reflexionar. Por lo menos para quienes tenemos el privilegio de poderlo hacer. Hay quienes aprovechan a viajar al interior del país o al extranjero; pero también hay miles que en estos momentos forman parte de una nueva caravana de migrantes que no dormirán ni en un hotel ni comerán en algún restaurante. La falta de empleo, la inseguridad, la pobreza, la desigualdad, la ingobernabilidad, el hambre, una élite económica rapaz y una ruin clase política hacen que miles de niñas, niños, jóvenes, mujeres y hombres tengan que vivir su propio viacrucis.
Para nadie es un secreto que vivimos en una región centroamericana con un contexto sombrío y de incertidumbre; alimentando por unas cavernícolas políticas migratorias del gobierno de Donald Trump, así como una política económica, que ha exacerbado la concentración de la riqueza y ha producido una guerra comercial mundial, especialmente con la República Popular de China. El resultado, para este año, es que se redujeran las previsiones de crecimiento de la economía mundial. A esto hay que sumarle la incapacidad a nivel mundial de poder enfrentar el cambio climático.
Y en Centroamérica continúa la falta de estabilidad socioeconómica y política. En Nicaragua, la represión estatal ha provocado el derrame de sangre, centenares de presos políticos y el exilio de miles de nicaragüenses. La crisis humanitaria de Honduras. La inacción total del Gobierno de Guatemala. La polarización política en El Salvador. Incluso Costa Rica y Panamá han sufrido huelgas masivas.
La pregunta es ¿qué están haciendo los Estados para cambiar este contexto sombrío y de incertidumbre? Sinceramente la respuesta es poco halagüeña. Como señala el Icefi en la publicación «Perfiles Macrofiscales de Centroamérica número 11», las estrategias fiscales de los países de la región en los últimos años, han privilegiado la sostenibilidad de la deuda y se han alejado paulatinamente de la búsqueda del bienestar común, como lo mandan sus cartas magnas.
Por ejemplo, el gasto público, que es la principal herramienta para la construcción del bienestar, bajó al 18.3% del PIB en 2018, luego de registrar 18.4% en 2017 y 19.0% en 2016, como promedio de la región centroamericana. Conforme los presupuestos aprobados por los seis países de Centroamérica, el gasto público al final de 2019 alcanzaría 18.2%, reportando el cuarto año consecutivo de disminución. La reducción del gasto regional en 2018 se manifestó en los gastos de inversión, que se contrajeron de 3.6% al 3.5% del PIB y que tendrá alguna repercusión en el largo plazo en el aumento de la productividad de los países; así como en la construcción de mejores condiciones de vida de la población.
Los ingresos fiscales continuaron siendo insuficientes, regresivos y decrecientes, al extremo que la carga tributaria regional pasó del 14.1% del PIB en 2017 y 2016 al 14.0% en 2018. A pesar de la reducción del gasto, el déficit fiscal creció de 2.5% del PIB en 2017 a 2.7% en 2018, y si se cumpliera lo establecido en los presupuestos, alcanzará el 3.1% en 2019; lo que a su vez ha provocado que los niveles de deuda pública aumenten y además sigan siendo insostenibles.
Todas estas cifras frías que pudieran parecer insignificantes, en realidad se concretan en la incapacidad de que los Estados centroamericanos de darle esperanza a la mayor parte de la población de que pueden tener un mejor futuro: educación, salud, seguridad, empleo, justicia. Cada vez es más difícil llegar a fin de mes. Cada vez es más difícil aspirar a tener una vida digna. ¿Necesitamos una revolución? Quizá sea suficiente con cumplir lo que dicen nuestras Constituciones: el propósito principal de los Estados es alcanzar el bien común de la población. Qué estos días nos permitan reponer las energías, pero también reflexionar en esta región que continúa crucificada. Pero como dijera, Monseñor Silvio Báez: «Un pueblo crucificado resucita siempre».
Esta columna fue publicada en el diario El Mundo de El Salvador