

Tras la conquista del pan
¿Ha visto cómo abundan los niños lustradores de zapatos en las calles? ¿Y a los ancianos? ¿Los ha notado en las esquinas esperando que alguien les regale una moneda para saciar mínimamente el hambre con algunas migajas del desarrollo? ¿Los patojos que limpian vidrios? ¿Le dan desconfianza porque ya no les brillan los ojos como a los que voluntariamente se asolean por un «Techo para mi país»? ¿Sabe usted que 4 millones de niñas, niños y adolescentes no asisten a la escuela en este país? ¿Después de poner llave en la puerta de su casa, acostar a sus hijos, se ha preguntado cómo estarán los 17,113 niños y adolescentes que entre octubre 2015 y agosto 2016 se han marchado solos a buscar el sueño americano?
Probablemente estas imágenes de lo real quedan eclipsadas por los anuncios que invitan a comprar vehículos lujosos que ahora están ofertados en USD50,000, por la venta celulares de última generación, o por el próximo mega concierto que habrá en el país. Quizá sean temas que a usted le interesan poco, y además no los abordan los opinólogos de la televisión y la radio cuando «analizan» la vida en sociedad y nos intentan convencer que el problema es la mala administración gubernamental, o todos los políticos o, mejor todavía, los campesinos que abusivamente toman las carreteras en lugar de ponerse a trabajar. ¡Hay quién atolondradamente aduce que el problema del país radica en la cooperación nórdica!
Lo cierto es que muchas personas que habitamos este pedacito de tierra hemos olvidado la obligación política que tenemos de ampliar a todos el disfrute de las pequeñas cosas por las que vale la pena vivir en sociedad: escuela, salud y trabajo para todos; una biblioteca para viajar por el mundo, un parque ―no solo de domingos— en donde disfrutar la eterna primavera, en donde reafirmarnos como parte de algo colectivo; unas calles para caminar libremente, un techo mínimo, un plato caliente y un salario y una jubilación digna para cualquier ciudadano.
La paz, el desarrollo o la democracia nunca tendrán suficiente fuerza para consolidarse mientras haya empresarios y funcionarios robándose los impuestos; mientras sea superior al bien común el poder de aquellos que impunemente saquean los recursos naturales, exigen privilegios fiscales e implantan el terror en las comunidades de San Juan Sacatepéquez, El Estor, La Puya y tantas otras; mientras el sindicalismo y las asociaciones de empresarios no sirvan más que para velar por sus gremiales derechos, y mientras los ciudadanos no se obstinen en el esfuerzo por construir una sociedad mejor para todos. La sociedad es la fallida, cuando no vela por lo colectivo.
Hace muchos años (1893), Piotr Kropotkin en su libro La conquista del pan, proclamaba el derecho al bienestar de todos, a buscarse el pan de manera digna, sin barreras ni exclusiones ni esclavitud. Hoy ese bienestar sigue esperando llegar a todos y solo se podrá lograr, con un nuevo pacto social y fiscal, una renovación de los Acuerdos de Paz, y de la Constitución de la República, con el fin de darle el sustrato material —nuevas obligaciones repartidas equitativamente para materializar nuevas garantías— a nuestras intenciones de protección social, educación, salud, trabajo, seguridad, justicia e identidad. Para que respetando nuestras diferencias individuales, podamos ser iguales en las posibilidades de bienestar y progreso.
Como bien diría este pensador: «ricos por lo que poseemos, ya; aún más ricos por lo que podemos conseguir con las herramientas actuales; infinitamente más ricos por lo que pudiéramos obtener de nuestro sueldo, de nuestra ciencia y de nuestra habilidad técnica, si se aplicaran en procurar el bien a todos».